
San Juan Bautista
En el vasto tapiz de la historia de la salvación, San Juan Bautista se erige como una figura de singular importancia para la fe católica. Reconocido como el último de los profetas del Antiguo Testamento y el primero en señalar la inminente llegada de Cristo, su vida y misión son celebradas en la liturgia y la teología de la Iglesia.
Un Nacimiento Anunciado por Dios
La narración del nacimiento de Juan, como se encuentra en el Evangelio de San Lucas (capítulo 1), es un evento profundamente arraigado en la intervención divina. Sus padres, Zacarías, sacerdote del Templo, y Elisabet, ya ancianos y sin hijos, recibieron la visita del Arcángel Gabriel. Gabriel anunció a Zacarías que Elisabet concebiría un hijo, a quien llamarían Juan, y que «será grande ante el Señor… y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre» (Lucas 1, 15). Este nacimiento milagroso no solo resolvió la esterilidad de Elisabet, sino que también prefiguró la grandeza y la misión profética de Juan.
La Iglesia enseña que Juan fue santificado en el vientre materno, un privilegio único entre los santos, como se deduce del encuentro entre María, embarazada de Jesús, y Elisabet, embarazada de Juan, donde «el niño saltó de gozo en su seno» (Lucas 1, 41-44). Esta experiencia mística lo preparó para su papel de precursor.
La Voz que Clama en el Desierto
La vida de San Juan Bautista se caracterizó por una radical austeridad y una profunda conexión con la tradición profética de Israel. Se retiró al desierto de Judea, donde llevó una vida de penitencia, vistiendo una túnica de pelo de camello, con un cinturón de cuero, y alimentándose de langostas y miel silvestre (Mateo 3, 4; Marcos 1, 6). Esta elección de vida no era un mero ascetismo, sino un reflejo de su vocación de preparar el camino para el Mesías, emulando a los grandes profetas como Elías.
Su ministerio público comenzó a orillas del río Jordán, donde predicaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados (Marcos 1, 4; Lucas 3, 3). Su mensaje era directo y poderoso, invitando a la gente al arrepentimiento y a la producción de «frutos dignos de penitencia» (Lucas 3, 8). El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 535) explica que «el bautismo de Juan no era un sacramento, sino un signo de arrepentimiento y una preparación para el Bautismo en el Espíritu Santo que Jesús establecería.»
El Bautismo del Señor: Testigo del Cordero de Dios
El culmen del ministerio de Juan fue el bautismo de Jesús en el Jordán. Aunque Juan se sentía indigno de bautizar a quien consideraba superior («Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?» – Mateo 3, 14), Jesús insistió, explicando que era necesario para «cumplir toda justicia» (Mateo 3, 15). Este acto no implicó que Jesús necesitara purificación de pecado, sino que se solidarizó con la humanidad pecadora y cumplió las profecías.
En este momento trascendente, Juan fue testigo de la manifestación de la Santísima Trinidad: «los cielos se abrieron, y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo, que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia» (Lucas 3, 21-22; ver también Mateo 3, 16-17; Marcos 1, 10-11). Este evento marcó el inicio del ministerio público de Jesús y fue el testimonio definitivo de Juan sobre su identidad mesiánica, proclamando: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1, 29). El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 536) subraya que «el Bautismo de Jesús es, por su parte, la manifestación de su ‘anonadamiento’.»
El Martirio y el Legado para la Iglesia
La valentía de San Juan Bautista lo llevó a denunciar públicamente el matrimonio ilícito de Herodes Antipas con Herodías, la esposa de su hermano Filipo. Esta denuncia le costó la prisión y, finalmente, la vida. A instigación de Herodías, Herodes ordenó la decapitación de Juan, un acto de tiranía y venganza (Marcos 6, 17-29).
La Iglesia Católica celebra la Natividad de San Juan Bautista el 24 de junio, una de las pocas festividades que conmemora el nacimiento de un santo (junto con la Santísima Virgen María y el propio Jesús), lo que subraya su singularidad y su papel fundamental en la historia de la salvación. Su martirio se conmemora el 29 de agosto.
San Juan Bautista es venerado como el patrón de la conversión y del arrepentimiento. Su vida nos invita a la humildad, al discernimiento espiritual y a la valentía de proclamar la verdad de Cristo, incluso frente a la adversidad. Es el modelo del profeta que prepara los corazones para la llegada del Señor, enseñando que para acoger a Cristo, primero debemos vaciarnos de nosotros mismos y arrepentirnos de nuestros pecados.