El Comienzo de un Milagro

La Primera Aparición de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa es el comienzo de un Milagro

París, Francia – 18 de Julio de 1830

En el corazón de París, una ciudad ya por entonces efervescente de cambios y tensiones sociales, un evento de profunda trascendencia espiritual tuvo lugar en la Capilla de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, en la Rue du Bac. Este día, una joven novicia, Sor Catalina Labouré, fue testigo de la primera de las apariciones de la Santísima Virgen María que darían origen a una de las devociones marianas más extendidas y milagrosas de la historia de la Iglesia: la Medalla Milagrosa.

El Comienzo de un Milagro –

La Protagonista: Sor Catalina Labouré

Catalina Labouré, nacida Zoé Labouré en 1806 en Fain-lès-Moutiers, Borgoña, era una humilde joven de campo que, tras enfrentar diversas dificultades y la pérdida de su madre a temprana edad, sintió el llamado a la vida religiosa. Ingresó al noviciado de las Hijas de la Caridad en la Rue du Bac en abril de 1830. Su vida, hasta ese momento discreta y laboriosa, estaba a punto de convertirse en el vehículo de un mensaje celestial. Catalina Labouré es el comienzo de un milagro.

La Noche Anunciada

Según los relatos de la propia Sor Catalina y las crónicas de la orden, la noche del 18 al 19 de julio de 1830 fue precedida por un sueño o visión que la preparó. En sus propias palabras, un niño, que ella identificó como su ángel de la guarda, la despertó y la condujo a la capilla, diciéndole: «La Santísima Virgen te espera».

Al llegar a la capilla, que estaba iluminada, Sor Catalina se arrodilló ante el altar. Poco después, en el lado derecho del santuario, en la silla del director espiritual, apareció la Santísima Virgen María.

La aparición y el mensaje inicial

Nuestra Señora se sentó en la silla y Sor Catalina se arriesgó a acercarse, apoyando sus manos en las rodillas de la Virgen. Fue un momento de profunda intimidad y consuelo. La Virgen María, en esta primera aparición, no vino con una iconografía definida como lo haría en la segunda aparición. Más bien, su mensaje se centró en la situación de Francia y del mundo en ese momento.

La Santísima Virgen habló a Sor Catalina sobre las dificultades que la nación francesa enfrentaría, la inminente Revolución de 1830, y las consecuencias para la Iglesia y la sociedad. Advirtió sobre los peligros y la necesidad de oración y penitencia. Uno de los puntos clave de este primer encuentro fue la afirmación de que los tiempos serían malos y que habría víctimas, incluso entre el clero y las comunidades religiosas. Expresó su dolor por la situación y su deseo de intervenir para ayudar a la humanidad.

«Los tiempos son muy malos. Las desgracias van a caer sobre Francia; el trono será derribado; el mundo entero será trastornado por calamidades de toda clase. Pero venid al pie de este altar, aquí las gracias serán derramadas sobre todos los que las pidan con confianza», le dijo la Virgen, mensaje que marcaría el comienzo de un milagro.

Las Gracias del Altar

La Virgen María señaló el altar como el lugar donde los fieles encontrarían consuelo y recibirían gracias. Este énfasis en el altar subraya la importancia de la Eucaristía y la presencia de Cristo como fuente de toda gracia, incluso en medio de las tribulaciones.

Un Secreto y una Misión Incipiente

La Santísima Virgen también confió a Sor Catalina un secreto personal, un presagio sobre su futuro y su misión, que la vidente guardaría celosamente durante muchos años, revelándolo solo a su confesor, el Padre Aladel, bajo obediencia.

Trascendencia de la Primera Aparición y así es el comienzo de un Milagro

Aunque la Medalla Milagrosa sería revelada en la segunda aparición (el 27 de noviembre de 1830), esta primera aparición sentó las bases. Preparó a Sor Catalina, una novicia sencilla y humilde, para la monumental tarea que se le confiaría. Le infundió la certeza de la presencia y la intercesión maternal de María en los momentos de mayor dificultad para la Iglesia y el mundo.

Esta noche en la Rue du Bac fue el preámbulo de una cascada de gracias que, a través de la Medalla Milagrosa, se extenderían por todo el orbe, confirmando la promesa de María de ser «Madre de la Gracia» y refugio de los pecadores. Es un recordatorio perenne de que, incluso en los momentos más oscuros, la ayuda divina está al alcance de aquellos que acuden con fe a los brazos maternales de la Virgen Santísima.

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