Mensaje a los participantes en el COMGUA VI
Mensaje a los participantes en el VI Congreso Misionero Guatemalteco
Zacapa (Guatemala), 14-16 de noviembre de 2025
Queridos hermanos y hermanas:
Saludo con afecto a todos los que se han reunido en Zacapa para compartir la fe y fortalecer la vocación misionera que el Señor confía a su Iglesia. El COMGUA VI es una ocasión para recordar que la palabra misión viene de mittere, que significa ser enviados. No se trata de una tarea más, sino de una identidad: todo cristiano vive de ese envío.
En el camino misionero debe resplandecer la Verdad de quien nos envía, sabiendo que comunicamos una “buena noticia” que da vida y esperanza, de la cual somos custodios y testigos. Cristo, en la obra de la Redención, siguió el dinamismo del ver, juzgar y actuar: vio la humanidad dispersa y necesitada de salvación (cf. Mt 9,36); juzgó, no para condenar, sino para comprender desde dentro, penetrando en el corazón de la historia humana y abrazando su límite con amor infinito (cf. Jn 1,14; 3,16); y actuó «entregándose hasta la muerte y una muerte de cruz» (Flp 2,8), para «reconciliar en sí todas las cosas» (Col 1,20).
El discípulo misionero, siguiendo al Señor, está llamado a vivir según la lógica de este mismo movimiento: ver con los ojos del Padre, juzgar desde los criterios del proyecto divino y actuar dejando que el amor que brota de la Cruz se haga servicio, palabra de consuelo y gesto que da la vida. Así, la misión es prolongación del amor de Cristo, que obra también a través de quienes lo dejan actuar en ellos, convirtiéndolos en portadores de la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5).
Por este motivo, los exhorto a vivir con generosidad la llamada del Señor, abriendo el corazón a la acción del Espíritu y asumiendo con entusiasmo el compromiso de anunciar a Cristo en cada ámbito de la vida. Es mi vivo deseo que los pastores, con amor y dedicación, promuevan una sólida formación humana, intelectual y pastoral, que ayude a las comunidades a crecer en la fe, a fortalecer la comunión y a servir con caridad, pues los procesos formativos auténticos conducen al encuentro personal y constante con Jesucristo, fuente de nuestra misión y centro de la vida cristiana. ¡Sean misioneros en todas partes! Que su presencia entre los demás irradie la caridad, la verdad y la esperanza de Cristo, y haga resonar en el mundo su llamada al amor y a la misericordia.
La misión adopta múltiples rostros. Algunos, como santa Teresa del Niño Jesús, abrazaron al mundo desde el silencio y la oración, dejando que su amor por Cristo se hiciera luz para los hermanos. Otros, como san Francisco Javier, cruzaron mares y fronteras para anunciar la fe. En ambos caminos actúa el Espíritu: un amor que contempla y un amor que sirve, nacidos de la misma fuente divina.
Tanto en la oración como en la acción, la misión comunica el amor de Cristo, que impulsa a salir de sí mismo antes de pensar en salir al mundo. Porque la verdadera misión no comienza con los pies que caminan, sino con el corazón que se abre. Sólo quien se libera del egoísmo y del miedo puede abrazar al otro y reflejar el rostro de Cristo. Salir de sí es el primer paso del envío, el éxodo interior que nos configura con Aquel que, permaneciendo en el amor del Padre (cf. Jn 1,18), vino al mundo para revelarnos ese amor y enseñarnos a amar. Así, la misión florece cuando el amor nos mueve hacia el prójimo y nos hace instrumentos del abrazo misericordioso del Padre.
El santo hermano Pedro de San José de Betancurt, que ustedes conocen bien, recorría las calles haciendo sonar su campana para despertar los corazones y recordar que Cristo sigue pasando entre nosotros. Así también, el corazón misionero sólo puede hacerse oír cuando está vacío de sí: cuanto más libre de ruidos interiores, más fielmente deja resonar el amor de Dios. Esa campana, también símbolo del alma disponible, sigue sonando hoy en quienes se dejan guiar por el Espíritu, encendiendo en el mundo el deseo de la Verdad y la esperanza del Reino.
Suplico a Dios, por intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Reina de las Misiones, que, en sus corazones, resuene la voz de Cristo que dice: «Como el Padre me envió, así los envío yo» (Jn 20,21). Con la certeza de que el Señor los acompaña en este camino, les imparto de corazón la Bendición Apostólica, signo de comunión y fortaleza en la misión.
Vaticano, 22 de octubre de 2025, memoria de san Juan Pablo II.
Leo PP. XIV


