El primer hombre y la primera mujer y el origen del pecado

Adán y Eva son, según el libro del Génesis, el primer hombre y la primera mujer que Dios creó. Los colocó en el Jardín del Edén, un paraíso terrenal donde vivían en perfecta armonía con Dios y con la creación. Sin embargo, esta armonía se rompió cuando, tentados por la serpiente, Adán y Eva desobedecieron el único mandato de Dios: no comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.

Esta desobediencia, conocida como el «pecado original», tuvo consecuencias devastadoras. Adán y Eva fueron expulsados del Edén y se introdujo en el mundo el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. Además, su pecado afectó a toda la humanidad, ya que todos sus descendientes heredaron la mancha del pecado original.

El «Protoevangelio» y la promesa de redención

A pesar de la gravedad del pecado, Dios no abandonó a la humanidad. En el mismo momento en que pronunció el castigo a la serpiente, también anunció una promesa de redención. En Génesis 3:15, Dios dice a la serpiente: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la suya; él te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el talón».

Este pasaje, conocido como el «Protoevangelio» o «primer evangelio», se interpreta como el primer anuncio de la salvación. La tradición cristiana ve en este versículo una prefiguración de Jesucristo, el «nuevo Adán», que con su obediencia hasta la muerte en la cruz reparará la desobediencia de Adán. Asimismo, muchos Padres y doctores de la Iglesia identifican a la «mujer» mencionada en el Protoevangelio con María, la madre de Jesús, la «nueva Eva».

María, la nueva Eva

María ocupa un lugar especial en el plan de salvación de Dios. Ella fue la primera en beneficiarse de la victoria de Cristo sobre el pecado. Por una gracia especial de Dios, María fue preservada de toda mancha de pecado original desde el momento de su concepción (dogma de la Inmaculada Concepción) y durante toda su vida terrena no cometió ningún pecado personal.

La consecuencia del pecado original para todos los seres humanos

El pecado original es un estado, no un acto. Es la privación de la santidad y la justicia originales con la que fueron creados Adán y Eva. Aunque la naturaleza humana no está totalmente corrompida, está herida en sus fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al poder de la muerte, e inclinada al pecado. A esta inclinación al mal se le llama «concupiscencia».

El bautismo y la vida en gracia

El bautismo, al conferir la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios. Sin embargo, las consecuencias del pecado original permanecen en la naturaleza humana y la inclinan al pecado. Por eso, la vida cristiana es una lucha constante por vivir en la gracia de Dios y resistir las tentaciones.

La historia de Adán y Eva es fundamental para comprender la condición humana y el plan de salvación de Dios. Nos enseña que el pecado tiene graves consecuencias, pero también que Dios es misericordioso y nos ofrece la posibilidad de la redención a través de Jesucristo. María, la nueva Eva, es un modelo de obediencia y santidad, y su ejemplo nos anima a seguir a Cristo y a vivir una vida en gracia.

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