
La Ascensión del Señor
Un Triunfo Celestial
La Ascensión de Jesús, cuarenta días después de su Resurrección, es la piedra angular y fundamental de la fe católica, marcando el glorioso regreso de Cristo al Padre y el inicio de una nueva etapa en la historia de la salvación. Este evento trascendental no solo es narrado en las Sagradas Escrituras, sino que ha sido profundamente reflexionado y teologizado a lo largo de los siglos por la Iglesia Católica.
El Relato Bíblico de la Ascensión
Las principales fuentes bíblicas que describen la Ascensión se encuentran en el Evangelio de Lucas (24, 50-53) y en los Hechos de los Apóstoles (1, 6-11). Lucas narra que Jesús, después de haber instruido a sus discípulos, los llevó cerca de Betania, levantó sus manos para bendecirlos y, mientras los bendecía, «se apartó de ellos y fue llevado al cielo». Por su parte, los Hechos de los Apóstoles ofrecen una descripción más detallada: los discípulos, reunidos con Jesús, le preguntan si es el momento de restaurar el reino de Israel. Jesús les responde que no les corresponde a ellos conocer los tiempos o las fechas que el Padre ha fijado con su propia autoridad, y añade: «Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra».1 Acto seguido, mientras ellos lo miraban, «fue elevado, y una nube lo ocultó de su vista».
La importancia teológica de la Ascensión para la Iglesia Católica
Para la teología católica, la Ascensión no es simplemente la partida física de Jesús, sino un evento cargado de un profundo significado salvífico y escatológico. El Catecismo de la Iglesia Católica dedica varios puntos a explicar su trascendencia, consolidando la enseñanza tradicional.
En primer lugar, la Ascensión representa la glorificación definitiva de la humanidad de Cristo. Al ascender al cielo, Jesús no abandona su naturaleza humana, sino que la eleva a la derecha del Padre. El Catecismo afirma que «la Ascensión de Cristo al cielo significa su entronización irrevocable de su humanidad en el cielo» (CIC 663). Es la culminación de su obra redentora, donde el Hijo de Dios, habiendo asumido nuestra carne y habiéndose hecho obediente hasta la muerte en la cruz, es ahora exaltado y sentado en la gloria divina.
En segundo lugar, la Ascensión marca el inicio de la realeza mesiánica de Cristo. Sentado a la derecha del Padre, Jesús ejerce su autoridad sobre el universo entero. Desde allí, intercede por nosotros, y es Señor de la Iglesia y del mundo. El Catecismo lo expresa claramente: «Por su Ascensión, Cristo entra definitivamente en el santuario del cielo una vez para siempre» (CIC 662), donde actúa como nuestro sumo sacerdote y mediador.
Además, la Ascensión tiene un profundo significado para la esperanza cristiana. Al ascender, Jesús nos abre el camino al cielo. Él es la «cabeza» que nos precede, y su Ascensión es la garantía de que nosotros, los miembros de su Cuerpo Místico, también seremos glorificados. El Catecismo enseña que «Jesús, la Cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, los miembros de su Cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él para siempre» (CIC 666).
Finalmente, la Ascensión prepara la venida del Espíritu Santo. Antes de ascender, Jesús promete a sus discípulos que no los dejará huérfanos, sino que les enviará al Paráclito. Esta promesa se cumple en Pentecostés, diez días después de la Ascensión, marcando el nacimiento de la Iglesia y la misión evangelizadora de los apóstoles.
La Celebración Litúrgica
La Iglesia Católica celebra la Solemnidad de la Ascensión del Señor cuarenta días después de la Pascua de Resurrección, o bien el domingo siguiente en muchas diócesis. Esta fiesta litúrgica es una ocasión para que los fieles mediten sobre el misterio de la glorificación de Cristo y renueven su esperanza en la vida eterna.
En resumen, la Ascensión de Jesús es mucho más que un simple acontecimiento histórico para la fe católica. Es un misterio de fe que revela la plenitud de la gloria de Cristo, su reinado universal, y la esperanza que nos ofrece de participar un día en su misma vida divina. Es un recordatorio de que, aunque Cristo ya no está visiblemente entre nosotros, su presencia se mantiene viva en la Iglesia, en los sacramentos y en la promesa de su glorioso regreso.