Mensaje de la Conferencia Episcopal por el Congreso Eucarístico Nacional

Escrito el 10/07/2024
Pablo Ambrosio


Recordamos, primero que nada, la cita de las palabras de Jesús: "Yo soy el pan de vida" (Juan 6:48). Los obispos, con alegría y agradecimiento, dijimos a toda la Iglesia en nuestro país al conmemorarse los 500 años de haberse iniciado la evangelización con la celebración de la primera misa en el actual territorio guatemalteco y haberse creado la primera doctrina o centro de evangelización en Quetzaltenango.

La ocasión ha permitido llevar a cabo las celebraciones que en cada arquidiócesis, diócesis y vicariato se han realizado durante el último mes y celebrar de modo nacional el día 13 de este mes de julio la clausura del Congreso Eucarístico Nacional en Quetzaltenango. Así también, esta ocasión nos da la oportunidad para agradecer la llegada del anuncio de Cristo muerto y resucitado, el inicio de la evangelización en nuestro territorio que ha dado sentido a la vida de miles de creyentes. Desde entonces, la presencia eucarística de Jesucristo y de su evangelio ha iluminado nuestras vidas en medio del desarrollo de la historia de la Iglesia en Guatemala, que ha conocido momentos de crecimiento y esplendor, como también momentos de acoso y persecución.

El Santo Hermano Pedro de San José de Betancur es huella como fruto de la gracia y la caridad en la historia de la Iglesia en nuestro país, y los mártires, al derramar su sangre, nos dieron la medida del valor de la fe que nos salva. Ciertamente, la evangelización comenzó como parte de un acontecimiento cultural y político que impactó las sociedades ya existentes en estas tierras. El anuncio llegó de la mano de la conquista española, que también tuvo un alto costo en muerte y sufrimiento para los pueblos originarios. Como dijimos en nuestra carta en 1992, esta es también oportunidad para reconocer las ambigüedades de la historia y seguir avanzando en la restauración de las heridas y desencuentros que se dieron y se dan aún actualmente.

Desde los primeros evangelizadores hasta la fecha, hemos de reconocer con honestidad que la Iglesia es al mismo tiempo santa y pecadora, y que Cristo sigue sufriendo en el dolor de nuestros pueblos. A lo largo de 500 años, la Iglesia en todas sus comunidades ha crecido y se ha expandido. La Buena Noticia de Jesús ha sido acogida por numerosos pueblos y nos ha hecho crecer en dignidad, conscientes de esa vida divina que nos transmite y que no acaba con la muerte. Aún falta mucho para lograr la paz, la justicia y la reconciliación a las que el Evangelio de Jesús nos invita. Confesamos que el Señor sigue presente en su Iglesia y nos ayuda. Como pastores, agradecemos a Dios la fe de nuestro pueblo y la dedicación de los presbíteros en la celebración eucarística y en la vida de la Iglesia durante siglos. Nos comprometemos a seguir trabajando para que la vida que el Señor nos regala crezca y florezca entre nosotros. Agradecemos también al Santo Padre Francisco el mensaje que nos ha enviado con esta ocasión.