
San Pedro y San Pablo
Es propicio reflexionar sobre la trascendencia de estas dos figuras que, con sus vidas y martirios, sentaron las bases del cristianismo y continúan siendo faros de luz para los fieles en todo el mundo, incluida nuestra Guatemala.
Más allá de ser meros nombres en el calendario litúrgico, Pedro y Pablo representan la dualidad y la complementariedad de la misión de la Iglesia: la solidez de la fe y la audacia de la evangelización.
Pedro: la roca y el pastor
Simón, el pescador de Galilea, fue transformado por Jesús en Pedro, la «roca» sobre la cual edificaría su Iglesia (Mateo 16:18). Este humilde hombre, de carácter impulsivo y, a veces, vacilante –como lo demostró al negar a Jesús tres veces–, fue elegido para una misión colosal: ser el primer Papa, el Vicario de Cristo en la Tierra.
«La figura de San Pedro nos habla de la misericordia infinita de Dios», comenta el Padre José María, párroco en la Zona 1 de la Ciudad de Guatemala. «Él fue un hombre de fe, pero también un pecador perdonado. Su arrepentimiento y la posterior encomienda de Jesús de ‘apacentar a sus ovejas’ (Juan 21:15-17) nos recuerdan que, a pesar de nuestras caídas, Dios nos llama a la santidad y nos capacita para su obra.»
El legado de Pedro en Roma, donde sufrió el martirio (crucificado boca abajo) y donde hoy se levanta la majestuosa Basílica de San Pedro, simboliza la primacía del Sucesor de Pedro, el Papa, como garante de la unidad de la Iglesia.
Pablo: de perseguidor a apóstol de las naciones
La historia de Saulo de Tarso, que se convirtió en Pablo, es quizás una de las más dramáticas y transformadoras de la historia de la salvación. Ferviente perseguidor de los primeros cristianos, su encuentro con Cristo Resucitado en el camino a Damasco lo cambió radicalmente, convirtiéndolo en el «Apóstol de los Gentiles».
«Pablo es el misionero por excelencia», afirma la Hermana María Angélica, religiosa de una comunidad dedicada a la evangelización en Quetzaltenango. «Sus incansables viajes, sus cartas que son pilares de nuestra teología, y su valentía para llevar el Evangelio a culturas ajenas a la tradición judía, nos interpelan hoy. ¿Estamos saliendo de nuestras ‘zonas de confort’ para anunciar a Cristo?»
El Apóstol Pablo fue un intelectual brillante, pero también un hombre que sufrió innumerables pruebas por amor a Cristo, incluyendo naufragios, palizas y prisiones. Su martirio en Roma (decapitado) sella su vida de entrega total al Evangelio.
Unidos en la misión, complementarios en el legado
La Iglesia celebra a Pedro y Pablo juntos, no solo porque ambos padecieron el martirio en Roma, sino porque representan las dos caras de una misma moneda: la Tradición y la Propagación. Pedro encarna la institución, la cabeza visible de la Iglesia; Pablo, la fuerza misionera que la expande más allá de sus límites iniciales.
En el contexto actual de Guatemala y América Latina, marcado por desafíos sociales, económicos y espirituales, la figura de estos dos apóstoles cobra especial relevancia:
- El llamado a la conversión (Pedro): Sus vidas nos recuerdan que la fe no es estática, sino un camino de constante arrepentimiento y renovación, necesario en tiempos donde la indiferencia religiosa y el relativismo crecen.
- La urgencia de la misión (Pablo): Frente a una sociedad cada vez más secularizada, la audacia de Pablo para anunciar a Cristo «a tiempo y a destiempo» es un estímulo para que los católicos guatemaltecos sean fermento en sus comunidades.
- La unidad en la diversidad: Pedro y Pablo, con sus personalidades tan distintas, trabajaron por el mismo fin. Esto es un mensaje poderoso para una Iglesia que busca ser inclusiva y reconciliadora en medio de las polarizaciones.
Al celebrar a San Pedro y San Pablo, la Iglesia en Guatemala renueva su compromiso con los cimientos apostólicos de su fe. Sus vidas nos invitan a reafirmar nuestra lealtad al Sucesor de Pedro y a encender en nuestros corazones el fuego misionero de Pablo, llevando la Buena Noticia de Jesucristo a cada rincón de nuestra patria y del mundo.