En el año de 1614, se desató en el Japón una era de terrible persecución contra los cristianos, anunciada con un decreto de Ieyasu, antiguo shogun (pero que aún gobernaba), por el que se expulsaba del país a todos los maestros cristianos. Con el correr del tiempo se fueron dictando medidas cada vez más severas y, si bien hubo gloriosas excepciones, el gran número de apóstatas entre los miembros de las familias cristianas de los daimyos (daimyo: soberano feudal) fue motivo de escándalo. Hidetada, hijo y sucesor de Ieyasu, lanzaba edicto tras edicto, a cual más cruel e implacable. A todos los japoneses se les prohibió tener el más mínimo trato con los sacerdotes, bajo la amenaza de que serían quemados vivos si desobedecían. El tremendo castigo se imponía a hombres, mujeres y niños por igual y todavía se amplió hasta comprender a los vecinos de los que se hubiesen atrevido a quebrantar la ley. A los daimyos se les hacía responsables, si llegaban a descubrirse actividades cristianas en los territorios que dominaban.
Uno de los daimyos que más destacaron a principios del siglo XVII, fue un ciudadano de Sendai, llamado Date Masamune. Algunos de los misioneros le consideraban como un ferviente catecúmeno, pero si bien es cierto que favorecía al cristianismo, nunca llegó a recibir el bautismo. Sin embargo, es evidente que tuvo gran amistad con el franciscano español fray Luis Sotelo (quien murió martirizado), puesto que éste, en una carta que escribió en fecha muy posterior, al Papa Gregorio XV, se refería a Date como a un hombre de buena voluntad, francamente ansioso de que se predicase la fe cristiana en sus dominios. No se sabe hasta qué punto era sincero el poderoso daimyo, pero lo cierto es que hacia el año de 1623, ya fuera por iniciativa propia o a instancias de fray Luis, Date envió, por su cuenta y riesgo, una comisión para entrevistarse con el rey de España y con el Sumo Pontífice. El propio fray Luis y Hasekura Rokuyemon, servidor de confianza de Date, iban al frente de la comitiva integrada por 250 japoneses que pretendían ser representantes del «rey» del Japón. Sin duda que semejantes embajadores causaron una considerable impresión en la corte española y en la corte pontificia; pero aun antes de que llegasen a Europa, ya había estallado la persecución en su lejano país, Cuando Ieyasu se enteró de que una embajada japonesa, enviada sin haberle consultado previamente, hacía gestiones en favor de los cristianos, se indigno sobremanera; él, que había dedicado la labor de su gobierno a terminar con el poder feudal de los daimyos, decidió hacer sentir a Date Masamune todo el peso de su descontento. Tal vez pensó que aquella embajada iba a iniciar la realización de un proyecto de Date para fortalecer a su clan contra la autoridad del shogun, concertando una alianza con Europa; pero de todas maneras resolvió que su audaz vasallo no habría de seguir sosteniendo una política tolerante hacia los cristianos y los trabajos de misión; así se lo hizo saber a Date con toda claridad. Por ese motivo, en cuanto los embajadores (con excepción de fray Luis Sotelo que se detuvo varios meses en México) regresaron al Japón, en 1620, el jefe Hinekura (que había sido bautizado en Madrid, en presencia del rey de España), actuando al parecer por órdenes de Date, renegó del cristianismo junto con todos los otros miembros de la comitiva. Además, en el curso de los años que siguieron, se llevaron a cabo sistemáticamente los intentos para cercar y atrapar a los cristianos en el territorio de Masamune.