María, Madre de Dios

La Solemnidad de María, Madre de Dios, que celebramos cada 1 de enero, es una festividad profundamente arraigada en la fe católica. No solo marca el inicio del año con una nota de esperanza y devoción, sino que también nos invita a reflexionar sobre el rol único de María en la historia de la salvación.

Origen de la Solemnidad

Aunque la proclamación oficial del dogma de la Maternidad Divina de María se dio en el Concilio de Éfeso (431 d.C.), la veneración a María como Madre de Dios se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Evidencias de esta devoción temprana se encuentran en las catacumbas romanas, donde se hallaron pinturas que la representan con el título de «Theotokos» (Madre de Dios).

La fiesta litúrgica como tal se comenzó a celebrar en Roma hacia el siglo VI, probablemente vinculada a la dedicación del templo «Santa María Antigua» en el Foro Romano. Con el tiempo, esta celebración se extendió por todo el Occidente cristiano.

Importancia en la salvación

El dogma de la Maternidad Divina de María es fundamental para la fe católica, ya que está intrínsecamente ligado al misterio de la Encarnación. Al afirmar que María es Madre de Dios, reconocemos que Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, nació de ella.

El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 495) lo explica así:

«Llamada a ser la Madre del Hijo de Dios, María, por obra del Espíritu Santo, concibió virginalmente a Jesús. Dios la escogió de antemano y la preparó para ser la Madre de su Hijo.»

La aceptación de María al plan divino, su «fiat» («hágase en mí según tu palabra»), fue crucial para que la salvación se hiciera realidad. A través de ella, Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros.

María, modelo de fe y discipulado

Además de su papel en la Encarnación, María es un modelo de fe y discipulado para todos los cristianos. Su vida estuvo marcada por la obediencia a la voluntad de Dios, la humildad y la entrega total.

Como afirma el Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática «Lumen Gentium» (n. 63):

«La Santísima Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz.»

Al contemplar a María, aprendemos a decir «sí» a Dios, a confiar en su providencia y a seguir a Jesús con fidelidad.

Corredentora

Podemos encontrar pasajes bíblicos que sustentan la obra de María como corredentora:

  • Anunciación (Lucas 1, 26-38): María, con su «fiat» («hágase en mí según tu palabra»), acepta libremente la voluntad de Dios y se convierte en la Madre del Salvador. Su «sí» hace posible la Encarnación, el momento crucial en el que Dios se hace hombre para redimirnos.
  • Presentación de Jesús en el Templo (Lucas 2, 22-35): Simeón profetiza que una espada traspasará el alma de María, anunciando su participación en el sufrimiento redentor de Jesús.
  • Bodas de Caná (Juan 2, 1-11): María intercede ante Jesús por las necesidades de los demás, mostrando su papel de mediadora y su compasión.
  • Al pie de la Cruz (Juan 19, 25-27): María permanece junto a Jesús en el momento culminante de su sacrificio redentor, compartiendo su dolor y uniéndose a su ofrenda.

Es importante destacar que la Corredención de María siempre está subordinada a la de Cristo. Ella participa en la redención de manera única, como Madre del Redentor, pero no de forma independiente o igual a Él.

El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 964) afirma:

«La Iglesia no duda en atribuir a María un papel tan eminente en la economía de la salvación»

Si bien el término «Corredentora» no se encuentra en la Biblia, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia han profundizado en la comprensión del papel único de María en la historia de la salvación, reconociendo su cooperación libre y singular en la obra redentora de Cristo.

Es importante recordar que la doctrina de la Corredención de María es un tema teológico que sigue siendo objeto de estudio y reflexión.

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