
A siete años de la erupción del 3 de junio de 2018
A siete años de la devastadora erupción del 3 de junio de 2018, la memoria de las víctimas y la lucha de los sobrevivientes de San Miguel Los Lotes y otras comunidades aledañas en Escuintla permanecen como un doloroso recordatorio de la vulnerabilidad ante la naturaleza y las fallas en la prevención. Aquel domingo, el coloso despertó con una furia inusitada, sepultando sueños y vidas bajo toneladas de material piroclástico.
El Volcán de Fuego, uno de los más activos de Centroamérica, había mostrado señales de incremento en su actividad en los días previos. Sin embargo, la magnitud y velocidad de la erupción tomaron por sorpresa a las poblaciones asentadas en sus faldas. Alrededor del mediodía, una violenta explosión generó una columna de ceniza que superó los 10,000 metros sobre el nivel del mar, seguida de lahares (flujos de lodo y escombros volcánicos) y, lo más mortífero, flujos piroclásticos que descendieron a velocidades vertiginosas.
Estos flujos, una mezcla abrasadora de gases calientes, ceniza y rocas, arrasaron con todo a su paso. La comunidad de San Miguel Los Lotes, en el municipio de Escuintla, fue una de las más golpeadas, quedando prácticamente borrada del mapa. Escenas de pánico y desesperación se vivieron mientras los habitantes intentaban huir con escasos segundos de advertencia, muchos sin éxito. Las aldeas El Rodeo y Las Lajas, en Sacatepéquez, también sufrieron graves daños.
Las cifras oficiales confirmaron la magnitud de la tragedia: al menos 215 personas fallecidas y un número similar de desaparecidos, aunque organizaciones locales y familiares sostienen que la cifra de no encontrados podría ser mayor. Miles más resultaron heridas, damnificadas y desplazadas, perdiendo sus hogares, sus medios de vida y, en muchos casos, a familias enteras.
La catástrofe desató una ola de solidaridad nacional e internacional, pero también generó serios cuestionamientos sobre la gestión del riesgo y la efectividad de los sistemas de alerta temprana. Informes posteriores y testimonios de sobrevivientes señalaron que las advertencias de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (CONRED) y del Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (INSIVUMEH) no fueron lo suficientemente claras, oportunas o contundentes para provocar una evacuación masiva preventiva.
Se criticó la falta de coordinación entre las instituciones científicas y las autoridades encargadas de la protección civil, así como la subestimación del riesgo por parte de algunas comunidades, acostumbradas a la actividad constante del volcán pero no a una erupción de tal magnitud y con flujos piroclásticos tan extensos. La tragedia evidenció la necesidad urgente de mejorar los protocolos de comunicación, fortalecer los sistemas de monitoreo volcánico y, crucialmente, educar y preparar a las poblaciones en riesgo.
La ayuda psicológica ha sido fundamental para procesar el duelo y el trauma. Organizaciones no gubernamentales y la comunidad internacional jugaron un papel crucial en la atención a los damnificados, complementando los esfuerzos gubernamentales.
La iglesia Católica al rescate
En ese entonces el obispo de la Diócesis de Escuintla, Mons. Víctor Hugo Palma se hizo presente a la zona 0 para dar los sacramentos a las víctimas. Así mismo la Conferencia Episcopal de Guatemala emitió un comunicado sumándose al apoyo para los damnificados.
El Papa Francisco donó $100 mil dólares a las víctimas que sufrieron la catástrofe. Así mismo externo su pésame.
A siete años de la tragedia, las cicatrices físicas en el paisaje, marcadas por los barrancos ensanchados y los depósitos de material volcánico, son un constante recordatorio. Pero más profundas son las cicatrices emocionales en aquellos que lo perdieron todo.
Hoy, al recordar aquel fatídico 3 de junio, Guatemala honra a sus víctimas y reconoce la resiliencia de sus sobrevivientes, con la esperanza de que las lecciones aprendidas eviten que una tragedia de tal magnitud se repita. La petición de justicia y de mejores condiciones para los afectados sigue resonando, así como el llamado a no olvidar a quienes el volcán se llevó.