
El Milagro de San Genaro
La licuefacción de la sangre de San Genaro (San Gennaro) es uno de los fenómenos religiosos más fascinantes y enigmáticos del mundo. Este evento, que ha cautivado a la ciudad de Nápoles durante siglos, ocurre típicamente tres veces al año: el 19 de septiembre, en conmemoración de su martirio; el sábado anterior al primer domingo de mayo, que marca el traslado de sus reliquias; y el 16 de diciembre, en agradecimiento por su intercesión durante la erupción del Monte Vesubio en 1631.
Durante la ceremonia, el arzobispo de Nápoles saca una ampolla de vidrio que contiene es la sangre seca de san Genaro. Rodeado por los fieles, la sostiene en alto y ora para que la sangre se licue.
La Perspectiva Católica
La licuefacción es un auténtico milagro, una intervención divina que demuestra el poder de Dios y la intercesión de los santos. Aunque la Iglesia no lo ha declarado formalmente como un dogma de fe, lo reconoce como una tradición arraigada que fortalece la devoción de los creyentes. Para los fieles, el evento es un poderoso símbolo de esperanza y protección. Atribuyen la licuefacción a las oraciones del pueblo y a la santidad de San Genaro, patrono de Nápoles, y ven en el milagro una conexión espiritual directa entre el santo y la ciudad que protege.
En lo alto del altar mayor, el cardenal Domenico Battaglia sostuvo en sus manos la ampolla con la sangre de San Genaro. Rodeado de fieles y bajo la atenta mirada del mundo, su figura imponente se erguía como un faro de fe en la catedral de Nápoles. El silencio en el interior del templo era absoluto, solo roto por las oraciones que el propio cardenal susurraba, pidiendo el milagro.
Pasaron los minutos, lentos como la cera que gotea de un cirio. El cardenal, con la ampolla en alto, mantenía la mirada fija en el oscuro coágulo, mientras la esperanza de los napolitanos latía al unísono con la suya.
De repente, una ligera vibración pareció recorrer el cristal. Un movimiento sutil en el interior de la ampolla captó la atención del cardenal. Lentamente, la sangre, que había permanecido sólida durante meses, comenzó a disolverse. Primero, los bordes se volvieron translúcidos, y luego, el centro del coágulo se licuó por completo. El cardenal Domenico Battaglia, con una sonrisa que iluminó su rostro, levantó la ampolla para mostrar a todos el milagro. «¡La sangre está licuada!», exclamó, y un estruendo de aplausos, gritos de alegría y lágrimas de alivio inundó la catedral.
El cardenal, con una emoción palpable, besó el relicario y lo mostró a la multitud. Su gesto fue más que una simple celebración; fue un recordatorio de que la fe, incluso en los momentos más oscuros, puede obrar milagros y unir a la gente en la esperanza y la devoción.